Boletín Agrario Agricultura, Medio Ambiente y Mundo Rural

Pasaporte para integrar el género en los programas de agua

Preguntas clave para las intervenciones en el sector agrícola

FAO

La experiencia ha demostrado que si no se tiene en cuenta a las mujeres como agricultoras e usuarias del agua por su proprio derecho en el diseño de los sistemas de riego, existe un elevado riesgo de que las mujeres pierdan el acceso actual a la tierra o los productos de su propio trabajo. En este estudio se justifica la nacesidad de integrar una perspectiva de género en la gestión del agua

Pasaporte para integrar el género en los programas de agua

Antecedentes

Como señala El estado mundial de la agricultura y la alimentación (SOFA) 2010-2011, el sector agrícola tiene un bajo rendimiento en muchos países en desarrollo, en parte porque las mujeres no tienen igualdad de acceso a los recursos ni las oportunidades que necesitan para ser más productivas. Las mujeres tienen menor acceso a los recursos, insumos y servicios agrícolas, así como a oportunidades de empleo rural. Operan explotaciones de menor tamaño, poseen menos recursos pecuarios y cuentan con una carga de trabajo general mayor que incluye actividades de escasa productividad como la recogida de agua y leña. Las mujeres también tienen menor acceso a la educación, los servicios de información y extensión agrícola, la tecnología, el crédito y otros servicios financieros.

Pasaporte para integrar el género en los programas de agua

La contribución de las mujeres como agricultoras, trabajadoras agrícolas y empresarias es fundamental para la economía rural de todos los países en desarrollo. De media las mujeres constituyen el 43% de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo, con tasas que van del 20% en América Latina al 50% en zonas de África y Asia, pero superan el 60% en sólo unos pocos países. Los datos sobre el porcentaje de tiempo que las mujeres dedican a las actividades agrícolas va aproximadamente del 30% en Gambia al 60-80% en Camerún, mientras que en Asia varía entre el 32% de India y más del 50% de China; en América Latina este porcentaje es inferior, pero supera el 30% en Perú.

Incluso en los casos en que las mujeres rurales realizan empleos remunerados, tienen más probabilidad que los hombres de que el empleo sea a tiempo parcial, de temporada o muy mal remunerado. 

Además de trabajar como trabajadoras agrícolas, las mujeres también producen la mayor parte de los alimentos para el consumo en el hogar, lo que no se tiene en cuenta en la elaboración oficial de estadísticas de producción, pero que sin embargo contribuye significativamente a la seguridad alimentaria.

El tiempo que las mujeres dedican a la agricultura varía mucho en función del cultivo o de la fase del ciclo productivo, la edad y el grupo étnico, el tipo de actividad y algunos factores adicionales.

Hay datos que demuestran que las mujeres agricultoras se encuentran excluidas en gran medida de los contratos agrícolas modernos, ya que carecen de control seguro sobre la tierra, el trabajo familiar y otros recursos necesarios para garantizar un flujo de producción fiable.

 La brecha de género impone costes significativos a la sociedad, en términos de pérdida de rendimiento agrícola, seguridad alimentaria y crecimiento económico. La promoción de la igualdad de género no sólo beneficia a las mujeres, sino también al desarrollo agrícola sostenible. El SOFA calcula que, si se dotara a las mujeres del mismo acceso a los recursos productivos y al empleo rural que a los hombres, el rendimiento de sus explotaciones agrícolas aumentaría entre un 20 y un 30%. Un incremento de la producción de esta magnitud reduciría el número de personas hambrientas en el mundo en un 12-17%, lo que se traduce en 100-150 millones de personas. 

La mayoría de los 1 200 millones de personas pobres del mundo, dos tercios de las cuales son mujeres, viven en países con escasos recursos hídricos y carecen de acceso a suministros de agua seguros y fiables. Al menos el 70% de los más pobres del mundo se encuentran en zonas rurales (FIDA, 2011), y la mayoría de estas personas dependen de la agricultura para su subsistencia.

Asimismo, está aumentando la competencia por el agua por parte de distintos usuarios y sectores, como la industria, la agricultura, la generación de energía, el uso doméstico y el medio ambiente, lo que dificulta el acceso a este escaso recurso por parte de las personas pobres, especialmente las mujeres.

Garantizar el agua es fundamental para alcanzar la seguridad alimentaria y mejorar los medios de vida rurales en la mayor parte del mundo, especialmente en las zonas áridas o semiáridas. A pesar de que las mujeres desempeñan una función clave en la seguridad alimentaria debido a sus conocimientos sobre la producción de las cosechas, la biodiversidad local, los suelos y los recursos hídricos locales, a menudo se ven excluidas de los procesos de toma de decisiones en los nuevos sistemas de gestión hídrica para usos agrícolas y otros proyectos e iniciativas sobre asignación de recursos naturales. No pueden elegir el tipo de servicios que reciben o el lugar en que tienen acceso a ellos. Garantizar el acceso seguro de las mujeres al agua y a la tierra es fundamental para lograr el Objetivo de Desarrollo del Milenio 1 (Reducir a la mitad la proporción de personas que viven en la pobreza extrema y que padecen hambre para 2015) y el Objetivo 3 (Promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de la mujer).