Texto perteneciente al capítulo 16 de la «Guía práctica de la fertilización racional de los cultivos en España», dedicado a los cereales de invierno
Luis López Bellido / MARM
El nitrógeno es el principal elemento mineral y el de mayor influencia en el rendimiento de los cereales. Sin embargo, es necesario que también estén presentes en su dosis adecuada los otros dos minerales más necesarios en la fertilización de los cereales: fósforo y potasio. Dosis elevadas de nitrógeno con carencias de potasio debilita a las plantas frente a enfermedades y baja su rendimiento
El nitrógeno es el principal elemento mineral y el de mayor influencia en el rendimiento de los cereales. Sin embargo, cada uno de los tres elementos principales (nitrógeno, fósforo y potasio) no produce su pleno efecto si no están presentes cantidades suficientes de los otros dos (sin olvidar a los micronutrientes secundarios).
El fósforo mejora la precocidad de los cereales y favorece el desarrollo radicular, teniendo un papel esencial en la formación de la espiga y del grano.
El potasio tiene especial importancia en las funciones que aseguran el crecimiento de la planta. La resistencia de los cereales a las heladas, al encamado y a las enfermedades es mayor si disponen de una alimentación mineral rica en potasio. Asimismo, el peso específico y el peso de 1.000 granos aumentan gracias al potasio. También se afirma que el valor panadero del trigo y el valor cervecero de la cebada se mejora con el potasio.
Para el fósforo y el potasio, elementos que son retenidos por el suelo, el conocimiento de su nivel en el mismo, las extracciones realizadas por las cosechas y las restituciones deben permitir estimar las cantidades necesarias a aportar. Estos cálculos de balance deben ser comprobados mediante otro método esencial de información sobre la nutrición mineral de los cultivos, que es la experimentación práctica en las condiciones locales. De esta manera pueden fijarse las dosis de abonado recomendadas en un medio determinado.
La cantidad de fertilizante fosfatado y potásico debe fijarse en función de las extracciones reales del cereal y del nivel de fertilidad del suelo, que determina el grado de respuesta al abonado. Puede obtenerse buena repuesta de los cereales de invierno a la fertilización fosfopotásica en suelos con bajos contenidos de fósforo y potasio y probable respuesta en suelos con contenidos medios de ambos nutrientes. De todas maneras, el problema es más complejo y la generalización de los niveles críticos puede conducir a error, pues dependen del clima, del tipo de suelo y del sistema de cultivo.
Uno de los aspectos más problemáticos en relación con el abonado fosfatado es su fijación por el suelo, que puede dar lugar a que su eficacia no supere el 20%. A esto hay que unir su poca movilidad y la escasa absorción por la planta en condiciones de frío o de sequía, frecuentes en el crecimiento de los cereales de invierno en las zonas semiáridas. Factores como la capacidad de fijación del suelo, el nivel de carbonato cálcico, pH, el tipo de arcilla, el porcentaje de materia orgánica, etc., condicionan la eficacia del abonado fosfatado.
Por todas estas razones, es aconsejable aplicar cantidades más elevadas de abono que las que indiquen las extracciones del cultivo y el nivel del suelo, con la finalidad de conservar o aumentar la solubilidad del fertilizante. Según numerosos estudios, la eficacia del fósforo aumenta cuando se localiza en bandas junto a la línea de siembra, dada su importancia al comienzo del crecimiento cuando el sistema radicular está poco desarrollado.
La experiencia demuestra la falta de respuesta al potasio de los cereales en muchas zonas semiáridas de clima mediterráneo. La dosis de potasio dependerá de la eficacia del fertilizante (estimada como promedio en el 80%) y de los niveles de transformación de la forma asimilable en fertilizante y viceversa. Gran parte del potasio absorbido por los cereales es restituido al suelo como residuos del cultivo. Puede ocurrir una lixiviación limitada del potasio con altas precipitaciones y en suelos arenosos. En los suelos con bajo contenido en arcilla es donde hay que vigilar más el nivel del nutriente en el suelo.
Considerando que el fósforo es un elemento poco móvil en el suelo y que el potasio también es bien retenido por el complejo absorbente del suelo, sobre todo en suelos pesados y arcillosos, la aplicación de ambos elementos debe efectuarse con las labores de preparación del suelo que permitirán enterrarlos y repartirlos a lo largo de la capa arable, facilitándose la mayor disponibilidad por las raíces.
No es muy aconsejable realizar el abonado fosfopotásico para varios años, es preferible hacerlo anualmente. Sin embargo, cuando las circunstancias obliguen a efectuar aplicaciones a largo plazo, no debe olvidarse que ello es un compromiso entre el ideal teórico y las condiciones prácticas de organización del trabajo. Cuanto más pobre es el suelo en fósforo y potasio, más ligero (mayor lavado de potasio) y más calcáreo (mayor retrogradación de fósforo), menos procedente es la recomendación de realizar aplicaciones para varios años. La dosis de una aportación a largo plazo no debe implicar una reducción del abonado; más bien debe corresponder a la suma de lo que se aplicaría escalonadamente en los diversos años e incluso superar este total, pues el abonado en bloque sólo puede representar un aumento de las pérdidas.
Texto perteneciente al capítulo 17 de la «Guía práctica de la fertilización racional de los cultivos en España», dedicado al maíz (cereales de primavera)
Descripción de las necesidades nutricionales del maíz que, aunque similares a las de otros cereales como trigo y cebada, debido a sus niveles de producción suelen ser mucho más elevadas. Se describen el ritmo y la forma de extracción de los nutrientes por parte de Zea mays, centrándose especialmente en los nutrientes principales (nitrógeno, fósforo y potasio).
Texto perteneciente al capítulo 16 de la «Guía práctica de la fertilización racional de los cultivos en España», dedicado a los cereales de invierno
El nitrógeno es el principal elemento mineral y el de mayor influencia en el rendimiento de los cereales. En conjunción con fósforo y potasio, estos tres minerales representan la base fundamental de la nutrición del trigo y la cebada, aunque los cereales también necesitan otros elementos, como calcio, manganeso y, especialmente, azufre.
Texto perteneciente al capítulo 17 de la «Guía práctica de la fertilización racional de los cultivos en España», dedicado al maíz (cereales de primavera)
En el siguiente texto se describen los requerimientos de «fertilidad física» para el cultivo del maíz (Zea mays). Se centra en las principales características físicas del suelo, como son su capacidad de retención de aguas, su aireación y temperatura, incidiendo en la importancia de mantener estos valores a sus niveles correctos.