Marcas blancas: ¿de camino hacia el pienso compuesto para humanos?
Artículo de opinión del coordinador estatal de la Unión de Uniones
En este artículo de opinión el coordinador estatal de la Unión de Uniones hace una dura crítica al rol de una parte de la agroindustria y la gran distribución, a los que acusa de torpedear la consecución de un modelo agroalimentario de calidad y sostenible. Una actitud de la que salen perjudicados los dos eslabones más débiles de la cadena, consumidores y agricultores.
Mientras que los que producimos alimentos estamos haciendo un verdadero esfuerzo por mejorar las técnicas de producción y de elaboración con el fin de garantizarle al consumidor mejor calidad, a la vez que intentamos conseguir para nosotros, una digna retribución como profesionales de la agricultura y la ganadería; hay una parte de la agroindustria y de la gran distribución que juega claramente “a la contra” de este proceso.
Un consumidor más y mejor informado preferirá, por poner un ejemplo, a la hora de comprar aceite; un aceite de oliva virgen. Normalmente por proximidad, calidad y precio, ese aceite será de producción española. Sin embargo una parte de la agroindustria que compra aceites lampantes y de mala calidad de países con peores técnicas de elaboración y más baratos, cada año intenta camuflar estos aceites en las estanterías de las grandes superficies, sin que su origen y menor calidad sea fácilmente detectable.
Esto ocurre con infinidad de productos, donde nos destacan con letras grandes el lugar del envasado, por ejemplo Navarra y no el de producción Chile si nos referimos a espárragos y así sucesivamente, lo que está claro, es que con frecuencia intentan colarnos “gato por liebre”.
Pero frente a los sellos “oficiales” de calidad, las marcas conocidas, las denominaciones de origen etc., etc., surgen con un poder cada día mayor, las denominadas MARCAS BLANCAS (que son esas, que se han inventado los propietarios de las grandes cadenas de distribución alimentaria).
Francia, excedentes propios para consumidores ajenos
El emporio agroalimentario francés lleva muchos años acostumbrando a los españoles a consumir sus excedentes de azúcar, leche y derivados, cereales, y otros productos según los años y las cosechas. No tienen en el país galo un especial interés, en que nuestra ganadería de vacuno de leche sea tan potente, como para que dejemos de consumir su leche y derivados.
No sé si será casualidad, creo que no, el hecho de que las industrias multinacionales de capital fundamentalmente francés, paguen la leche más barata a los ganaderos, aquí en España, que en el resto de Europa. Ni es casualidad, por tanto, que nuestros ganaderos tengan que cerrar y dejemos de ser competencia para que así, a nuestros consumidores los alimenten con productos de otras procedencias.
Si supiéramos que al comprar algunas leches de oferta, desconocidas, podemos estar consumiendo las peores leches centroeuropeas, que fueron transformadas en leche en polvo hace años y ahora les han añadido agua y puesto dentro de un brik para ser vendidas; creo que nos lo pensaríamos antes de comprarlas. Seguramente sabiendo eso, muchos consumidores preferirían leche fresca de origen cercano, a otras de origen y composición más dudosa.
El devenir de la remolacha y sus complejos industriales en nuestro país, es igualmente ilustrativo de cómo nos han llevado por caminos de reducción o abandono de la producción de alimentos en los que somos deficitarios, como el azúcar, para dejarles camino a los productores de otros países y en no pocos casos, con la aquiescencia de los políticos españoles.
Las marcas blancas encajan, como anillo al dedo, para vender a los consumidores productos de orígenes desconocidos y elaborados con cualquier clase de técnicas de producción.
Poco a poco se van apoderando de una buena parte del consumo, porque muchos consumidores las aceptan, pero no es menos cierto que otros consumidores, comienzan a quejarse de la sospechosa desaparición de otras marcas conocidas y consumidas por ellos, en los lineales de compra de esas grandes superficies.
Según un estudio publicado recientemente con el título “¿Cómo es tu cesta de la compra?” más del 50% de los ciudadanos de Valencia, Baleares, Canarias, o Murcia; han echado en falta la inexistencia de marcas de fabricante en su lugar de compra habitual. En otras comunidades un tanto por ciento algo inferior de consumidores pero igualmente relevante, opinan lo mismo.
Por el momento, su relación calidad precio, en general no es mala. El problema es que a medio plazo las técnicas de introducción de estas marcas blancas hacen desaparecer una buena parte de las otras marcas de su competencia, en muchos casos de producciones locales.
Acostumbrar al consumidor y presionar al suministrador
Las razones del porqué estas marcas resultan tan letales para la competencia, podemos encontrarlas en las técnicas de introducción de las mismas en el mercado, ya que según voces autorizadas y estudios sobre comercio agroalimentario, las grandes superficies eliminan poco a poco las otras marcas de fabricante de sus supermercados y como estos, son los lugares donde ya se suministran masivamente los ciudadanos, quien no vende ahí, no llega a una mayoría de los consumidores. Por otro lado muchas de las otras marcas que sí mantienen en los lineales de venta y pueden hacer competencia a las suyas, son sometidas, según nos dicen, a unas condiciones de venta leoninas y/o puestas en los lineales a precios muy superiores a los normales, para que no puedan soportar la comparación, y sean así elegidas las marcas blancas por los consumidores.
Además, el poder de la gran distribución, mayor cada día, facilita el que puedan imponer de forma unilateral el precio a quienes les suministran las materias primas, (muchas veces productores individuales, cooperativas y pequeñas agroindustrias).
Sin embargo, hoy por hoy, parece que una buena parte de la población ha aceptado bien este sistema. Me pregunto, si no será quizá porque no acabamos de ser conscientes de las graves consecuencias de futuro.
Pero el camino que llevamos, me parece peligroso, porque nos lleva por unos derroteros de consumo, donde el origen del producto, su trazabilidad, color, olor, sabor y en última instancia la calidad real, pueden ser secundarios frente a un sólo objetivo, el mejor precio con el mayor beneficio. En definitiva algo más parecido a lo que ocurre en muchos casos con la alimentación ….. animal, es decir con la producción de los piensos compuestos.
Creo que en la alimentación humana en general, y especialmente en los países, como el nuestro de la cultura y dieta mediterránea, no se trata sólo de garantizar la cantidad de proteínas, de carbohidratos o vitaminas que lleva un alimento, sino el origen de cada uno de estos componentes y de cómo y quien lo ha producido, con qué técnicas, si es o no transgénico etc., etc...
Hablando claro, si estoy comiendo huesos machacados de algo, quiero saberlo y no debería ser suficiente, a mi juicio, que una etiqueta me informe de la cantidad de fosforo y calcio que tiene ese alimento, sino también de donde procede.
El origen de la enfermedad de las vacas locas, estuvo básicamente originado porque para los fabricantes y autoridades sanitarias, dejó de tener importancia la procedencia de lo que se incluía en los sacos de pienso, que por cierto, a los ganaderos les vendían con todos los permisos sanitarios. Sin embargo con esa única jerarquía de valores, acabaron alimentando a rumiantes con los huesos de otros animales de su misma especie. Sin embargo, en la composición publicada en las etiquetas de los sacos de pienso “todo cuadraba” los tantos por cientos de proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas etc., etc.
Hoy, con muchas de las denominadas marcas blancas a pesar de que se vendan cada vez más, la distribución está iniciando un peligroso camino, desde una clara posición de dominio (los grupos de la distribución no han querido que se defina eso en la nueva Ley, ¿por qué será?), que está llevando a la ruina a una parte de nuestro sector agroalimentario y poniendo en serios apuros a otra buena parte. Son un cuello de botella, para llegar al consumidor y llevan camino de ser la única vía de comercialización, para cientos de miles de productores cooperativas y pequeñas agroindustrias.
Los productores consumidores y autoridades competentes no deberíamos tolerar que acaben siendo dos o tres empresas, las que tengan todo el poder de decisión sobre lo que comemos, y a qué precios se compran y se venden la mayoría de los productos alimenticios. Pero es el camino que llevamos.
La nueva Ley de Mejora de la Cadena Alimentaria, que se ha aprobado recientemente, era necesaria y puede ser útil para evitar tanto desequilibrio, pero para ello nuestros políticos van a tener que ser más valientes y no dejarse amedrentar por el cada vez mayor poder que tiene la gran distribución.
Los consumidores, con su capacidad de elección y de compra, tienen la llave y son finalmente los que, bien informados, pueden hacer mucho más por ellos mismos y por nosotros, los agricultores y ganaderos. Al menos por los que queremos producir alimentos sanos, de calidad, y a precios razonables, que somos la inmensa mayoría.